Me voy a suicidar. Profesionalmente. Al fin y al cabo, ya estoy muerta. Profesionalmente. Hoy cumplo 54 años. Personalmente. En lo profesional, casi 30 de cotización, otros tantos de experiencia y aprendizaje y bla, bla, bla.
Empiezo a pensar que hay más periodistas en paro que trabajando. Y que no hay puestos de trabajo suficientes para los que están, para los que vendrán y ni siquiera para los que estaban. No hay puestos de trabajo.
Entonces, ¿qué puedo hacer? ¿Jubilarme y vivir del aire? ¿Buscarme un marido rico? (mejor me quedo con el que tengo) ¿Reinventarme? Lo he intentado. Ahora soy más digital que analógica o, incluso, me atrevería a afirmar que soy ambidiestra. Pero, claro, se me ocurrió pensar en redes sociales y, justo en estos momentos, he visto como proliferan los community managers hasta debajo de las piedras. Encima son más jóvenes, y hasta parece que están mejor preparados.
Así las cosas, ¿qué me queda? Si esto fuera un guión de película diría con voz profunda: “mi dignidad”. Bueno, la sigo conservando intacta pero… no me da de comer. Y ¿…? El suicidio. Ya he entregado mi primer currículo para dependienta. Para periodista/ comunicadora ni me contestan (¡con las ganas que tenía yo de ampliarles todos los detalles que no me caben en el folio de rigor!). Luego probaré con cajera para supermercado (eso sí, me preocupa un poco lo de andar moviendo cajas, por aquello de que una ya no es una niña, pero habrá que arremangarse). Y lo que haga falta.
Entretanto, sigo albergando sueños. Y proyectos. Aunque no me den de comer. Eso no me lo quita nadie. Pero, bueno, eso será otro día. Ahora toca lo dicho. Voy a suicidarme. Profesionalmente.
“Se ofrece señora de 54 años, buena presencia, don de gentes, culta y educada…”
Uff, ¡un momento! ¿No serán así los anuncios de las páginas de contactos? Espero que no, para que no haya confusiones. Claro que entre que el trabajo (su ausencia) te de por c___ y que te j____, tampoco debe haber tanta diferencia. Pruf, praf, brurrum… Vale, vale, tacho lo de culta y educada. ¿Qué tal si lo dejamos en:
“Señora de 54 años se ofrece para trabajar. Con ganas”.
Últimas voluntades (con vuestro permiso)
-Dejo el portátil nuevo que me tenía que comprar porque ya me hacía falta… en la tienda
-El android, lo pongo en modo off (para que no gaste) y se lo dejo a mis chicos para que lo usen en caso de emergencia (si se les estropea el suyo)
-La cuenta de LinkedIn… ¿qué hago ahora con mi perfil? ¿Lo dejo en blanco y que se vaya llenando a golpe de futuro?
-Facebook, de momento, no lo daré de baja. ¡Son tantas las cuentas abiertas que no se usan que no creo que se note una más! Y siempre me podré consolar en momentos de nostalgia viendo algunos de los trabajos que he hecho.
-Twitter… Twitter. ¡Cómo me va a doler! ¡Le he cogido tanto cariño! Pero, ¿con qué cara me presento ante mis followers, todos ellos periodistas, cm, expertos en sm, marketing… y demás? ¿Qué les cuento? ¿De qué hablo con ellos ahora?… No sé, creo que esto tendré que pensarlo un poquito más. Y quizá necesite alguna terapia para poder dejarlo. En fin, ya se verá.
-Del blog, de los blogs, de momento no os digo nada. Todavía no me quería desprender de ellos. Forman parte de los sueños. Y de los proyectos. Alguno ya está en marcha. Poco a poco, porque esto de no tener trabajo te quita mucho tiempo. Y otro está a punto de ponerse en marcha. Pero como pretende ser algo realmente serio, de calidad, con contenido y, sobre todo, que resulte útil, todavía necesita unas cuantas horas más de dedicación antes de ver la luz.
-Bueno, si me olvido de algo, disponed vosotros mismos como mejor os parezca.
Me ha encantado compartir este tiempo con vosotros. Os quiero. Os echaré de menos (supongo, como nunca me he suicidado antes, no sé lo que pasa después).
Pues resucitarás… lo sé.
Un beso!
Eso espero. Porque aún me gustaría hacer un montón de cosas más. Y escribirlas. Y contarla. ¡Gracias por tus palabras de ánimo!